He oído a muchas personas quejarse por no tener motivación que les mueva para conseguir sus propósitos. Todas ellas pedían al mundo que les infundara esa energía para emprender el camino. Todas ellas buscaban algún estímulo que les hiciera romper moldes y comenzar su nueva etapa. Y todas estaban equivocadas: la motivación está en cada uno de nosotros, es esa fuerza interior que un día, “EL” día, te hace levantarte de la silla para “dejar de” y “comenzar a”. He tenido la suerte de recibir esta historia como regalo y la comparto contigo. Te haré sentir la realidad sobre la motivación: solo está en tu interior.

NO ERA UN DÍA

Me desperté aquella mañana sola en la cama. No era lo normal, pero en ese momento lo agradecí. Me permitió recrearme en el silencio roto por un sonido extraño, pero muy agradable. Alguien acostumbrada como yo al bullicio de la ciudad y a no tener un minuto de silencio en mis ya cumplidos 40, puede apreciar la musicalidad en los gorgoteos de las aves que anidaban en las cercanías de aquella casa.

Ese día, no sería un día cualquiera, ni sería “otro” día. En la cama, oyendo esos pájaros despreocupados, decidí que sería “EL” día.

Después de devorar uno tras otro esos libros tan de moda de auto ayuda, una luz se encendió en mi cabeza. Ese día “EL” día, me dio igual que no me quitase el maquillaje la noche anterior. Me dio igual que mi última visita a la peluquería dejase ver una raíz de más de dos dedos en mi cabello. Sin mirarme al espejo me vi guapa. No me haría falta pasar una hora frente al espejo alisando mi pelo. De hecho, no me iba a hacer falta ni peinarme.

Todos aquellos libros cobraron sentido de repente. Lo que en su día vi como palabrería barata, que después pasó a filosofía de vida, hoy, “EL” día solo eran palabras que se quedaban cortas al torrente de energía que desbordaba mi cabeza.

Me vi en la necesidad de separar lo urgente de lo importante. Lo urgente era colocarme en el centro de mi existencia. Lo urgente era verme guapa, atractiva, no para los demás, sino para mi. No necesitaba que nadie me dijera lo hermosa que era, porque era lo hermosa que él o ella me vería. Lo urgente esa estar guapa recién levantada con la cara sin lavar. Lo urgente era estar por encima de cánones preestablecidos por gente que ni me conoce ni sabe de mi existencia.

Ese día, “EL” día, me pinté mi mejor sonrisa, me levanté de un salto y me di una ducha de agua fría. Mi cuerpo protestó, pero mi cabeza bullía a tal velocidad que si no le hubiese bajado la temperatura, hubiera acabado explotando. Una vez salí del baño, mi cuerpo y yo por unanimidad decidimos que aquella experiencia con el agua fría era más una liada que un castigo, y ambos nos permitimos seguir con aquella tradición creada hacía pocos segundos mientras que estuviésemos juntos.

M recreé en el desayudo, me quité el reloj, apagué el teléfono, desconecté la televisión, y encendí la terraza con las vista más increíbles que recordaba. Después de que aquella casa fuese mi refugio espiritual y mi búnker en situaciones adversas durante tantos años, aquel día, “EL” día, todo era distinto. El verde era más verde, el azul más azul. Cada forma contrastaba de una forma que nunca antes había percibido. Debo reconocer que llegué incluso a asustarme, por mi mente pasó la posibilidad de que algún tipo de droga acabara en mi copa la noche anterior, pero mi cuerpo estaba convencido de que no era esa la causa de semejante estado de euforia, y de nuevo estuve de acuerdo con él. ¿Quien era yo y quien iba a ser para llevarle la contraria a mi cuerpo?

Después de desayudar me quedé sentada mirando al horizonte. Me tomé mi tiempo porque sabía que una vez que me levantase, no volvería a sentarse la misma mujer. Tomé aire, cerré los ojos. Decidí mentalmente que contaría hasta tres y me levantaría.

Comencé con el uno. Se formó grande y elegante en mi cabeza. Grande e intimidante. Después de él vendría el dos y no tenía la manera ni las ganas de evitar que llegase.

El dos tardó en llegar. Durante un instante pensé que no llegaría. O más bien que me daba miedo que llegase. Mi cabeza se hizo mil preguntas, y ella sola se hizo mil respuestas. ¿Qué más da? Pase lo que pase, venga quien venga, se marche quien se marche, aquí seguiré estando, quizá sola, quizá no. Guapa, hermosa, valiente.

El tres no llegó. Más justo sería decir que yo salí a su encuentro, decidida a disfrutar cada día, cada momento, cada instante.

No iba a querer nunca más esperar a que llegase algo que quisiera. A partir de ese día, yo iba a levantarme al encuentro de ese tres. Porque ese día no era un día cualquiera, ni siquiera otro día, ese día era “EL” día.

J.B.M.